Ha llegado el momento de hacer turismo de cementerios, de pasear entre tumbas y visitar nichos. En la España Verde, por supuesto, hay camposantos con encanto, centenarios, monumentales, románticos, modernos, multipremiados, y hasta alguno con vampiros ficticios. Acompáñanos… si te atreves. El Día de Todos los Santos (‘Halloween’ para aquellos más jóvenes) se acerca por el horizonte.
Cementerio de Comillas (Cantabria)
¿Dónde se encuentra?
En la villa indiana de Comillas, uno de los pueblos más curiosos y especiales de Cantabria y de la España Verde. Comillas es un municipio marinero (y ballenero) que, en el siglo XIX, cambió radicalmente. En vez de humildes casas de pescadores, se construyeron palacetes neogóticos, casas modernistas (una de las pocas obras de Gaudí fuera de Cataluña se encuentra ahí) y una gran universidad en lo alto de una colina. El artífice de todo fue el Marqués de Comillas…
¿Qué tiene de especial?
Es una obra del arquitecto catalán Domènech i Montaner, contratado por el citado marqués. El artista aprovechó las ruinas de una iglesia gótica, añadió unos pináculos y un detalle inquietante: en la entrada el Ángel Exterminador (esculpido por Josep Llimona en 1895) guarda el cementerio, espada en mano.
Una tumba que no hay que perderse
Una de las tumbas más famosas es una que, en realidad, nunca existió y que, durante décadas, atrajo hasta este cementerio a muchos curiosos y amantes del misterio. Una leyenda urbana situó aquí el paso de un presunto ataúd maldito que recorrió España dejando a su paso un reguero de víctimas. El hecho, extraído de un cuento fantástico de Alfonso Sastre, señaló a Comillas en el mapa como una de las paradas de un vampiro ficticio que algunos creyeron real.
Cementerio de los Ingleses, Donostia/San Sebastián (Euskadi)
¿Dónde se encuentra?
En un espacio verde privilegiado: en el monte Urgull, uno de los tres iconos que rodean la playa de la Concha (los otros dos son la isla de Santa Clara y el monte Igeldo). Urgull es la mota que protege la Parte Vieja, la mayor concentración de bares de pintxos de toda la ciudad, y su ascensión es una visita (cuesta arriba) obligada.
¿Qué tiene de especial?
A diferencia del inmenso y monumental cementerio de Polloe (el principal de la capital guipuzcoana) o de otras necrópolis de Euskadi, el Cementerio de los Ingleses es un pequeño camposanto entrañable y caótico cuyas lápidas parecen brotar de la misma tierra. También hay varios sepulcros, placas conmemorativas y hasta estatuas decapitadas por el paso del tiempo y el olvido. Todo ello está en sintonía con el lugar en el que se ubica, la ladera norte del monte en la que el verdín, la hiedra y la humedad lo devoran todo. No es raro toparse con los gatos de una colonia que habitan en el lugar y confieren al cementerio una atmósfera, más si cabe, fantasmagórica.
Una tumba que no hay que perderse
Paradójicamente, la tumba más reseñable del cementerio de los ingleses es la de… un soldado navarro. El Cementerio de los Ingleses acoge las tumbas de aquellos británicos que tomaron parte en las guerras carlistas del siglo XIX pero el mariscal Manuel Antonio de Gurrea, de la localidad navarra de Olite, debió luchar tan duro que se ganó una tumba privilegiada (un monolito vallado) rodeada de ingleses.
Cementerio de Luarca (Asturias)
¿Dónde se encuentra?
En una villa situada en el occidente asturiano y con una geografía tan compleja como apasionante, Luarca. Existen muchas Luarcas: una marinera que se reparte alrededor de su puerto; una burguesa e indiana asentada en la meseta superior, Villar; una de prados que está en todas partes; otra de jardines frondosos que sólo se halla en el Bosque-Jardín de La Fonte Baxa y hasta hay una Luarca de acantilados y de playas.
¿Qué tiene de especial?
Son pocas las casas de Luarca o de la costa de Asturias cuyas vistas rivalicen con las panorámicas que se obtienen desde este cementerio. La necrópolis forma un conjunto idílico con la capilla de la Virgen Blanca y el faro. No son raros los camposantos con vistas al mar y olor a salitre, pero el de Luarca, cuyo mármol brilla hasta cegar cuando sale el sol, está dotado de un aura especial.
Una tumba que no hay que perderse
Entre tumbas de asturianos ilustres y panteones de indianos adinerados resulta complicado hallar el humilde sepulcro de los hijos más querido de la villa: «Aquí yacen Carmen y Severo Ochoa. Unidos toda una vida por el amor. Ahora eternamente vinculados por la muerte», se lee en la lápida que se encuentra en la balconada oeste del cementerio.
Cementerio de Fisterra (A Coruña)
¿Dónde se encuentra?
En el fin del mundo. Y no es broma. O, al menos, en lo que, durante siglos, se creyó que era el fin del mundo conocido. Es decir: Fisterra, Galicia, el lugar al que peregrinan aquellas personas que consideran que el Camino de Santiago no finaliza en Santiago de Compostela sino un poco más allá.
¿Qué tiene de especial?
Fisterra es un pueblo marinero idílico, un cabo, un faro, un lugar considerado mítico ya en época romana y un cementerio creado por un arquitecto gallego de renombre (César Portela) con varios galardones a sus espaldas. Su principal virtud es su ubicación: un paraje agreste, aislado y sin urbanizar desde el que los difuntos ‘disfrutan’ de inmejorables vistas sobre el sagrado monte Pindo.
Una tumba que no hay que perderse
Es difícil destacar una porque un cementerio tan bello y galardonado (es una de las grandes obras de arquitectura mortuoria de nuestro siglo) apenas tiene habitantes. Y esa es, precisamente, otra de las características que le hace especial: el cementerio de Fisterra está casi desierto, sólo habitado por el silencio y la soledad de un paraje único.